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Los tres pilares del crecimiento económico

enero 24, 2012, 13:33:31 1 comentario

Cuando observas a tu alrededor y te descubres en un país lleno de oportunidades y desigualdad simultáneamente, es fácil plantearse la cuestión de qué hace falta para lograr mejores condiciones de vida para sus ciudadanos.

En mi caso, tuve esta epifanía hace poco más de una década. Tras setenta años de la dictadura de un partido –de pronto-, tuvimos la esperanza de una democracia en ciernes.

Cuando por fin ocurrió que los ciudadanos elegimos un destino distinto y se respetó nuestra decisión, nos vimos cara a cara con un universo de posibilidades que antes nos estaban vedadas. Era raro vivir en un país en el que de un instante a otro, veíamos al anterior partido aceptar su derrota y confirmar el triunfo del partido rival.

Para mí, fue como tener de repente la oportunidad  de crear un país nuevo, sobre las cenizas del anterior y –una noche-, sin saber cómo llegó, tuve la visión de lo que mi país podría llegar a ser y me di cuenta de inmediato que no tenía la más mínima idea del cómo llegar a ser.

Reflexioné durante días y –así como llegó a mi esa visión de lo que mi país podría llegar a ser-, de pronto comprendí que –para lograrlo-, hacen falta tres pilares que –si son sólidos-, tienen el potencial de producir crecimiento económico.

Estos tres pilares que identifiqué son:

  1. Modo de vida digno.
  2. Educación de calidad.
  3. Desarrollo de nuestra propia ciencia y tecnología.

Aún hoy sigo pensando que –de cumplirse estas tres condiciones-, mi país experimentaría un mayor crecimiento que el que año con año los políticos nos prometen.

Me gustaría ahora explicar cada uno y compartir contigo porqué considero que son importantes.

Modo de vida digno

La relevancia del fordismo como modelo de productividad –obviando la posterior creación de otros modelos que introducen mejoras al proceso productivo-, es que por primera vez se considera la importancia de que el trabajador sea mejor remunerado, no solo porque incrementa su calidad de vida, permitiendo la aparición de la clase media estadounidense, como porque aumenta la capacidad de consumo de las personas, revitalizando la economía y acercando los satisfactores a una mayor masa de consumidores.

Cada vez que leo las ofertas de empleo –en mi país-, veo lista, tras lista de empleos mal remunerados. Cuando examino la oferta educativa, puedo apreciar fábricas de profesionistas al por mayor y, si echo una ojeada a las estadísticas de población, es sorprendente la proporción de jóvenes con respecto a viejos en las cifras de población.

Todos estos factores son más interesantes de lo que podrían parecer a primera vista. Se explican unos a otros y son un claro indicativo de lo que acontece a la economía de este país.

Las altas tasas de natalidad dan lugar a una población principalmente joven, que demanda –entre otras cosas-, servicios educativos –sin cuestionar la calidad de estos en este punto-, que llena las filas de profesionistas preparados -según la era industrial-, para alguna de las carreras más populares, con el evidente resultado de una oferta incrementada de mano de obra en sectores económicos que están –ya de por si-, saturados.

No hace falta ser un genio para entender las implicaciones del anterior escenario: al incrementarse la demanda por oportunidades laborales en determinados sectores de la actividad económica, el precio de la remuneración en dichas áreas disminuye.

Por otra parte, los empleadores sufren la presión de contratar a los nuevos profesionistas y, debido a ello, rehúsan aprovechar la experiencia y talentos de personas que sobrepasan determinada edad.

Es más que evidente la consecuencia de lo descrito: la calidad de vida de los ciudadanos del país decrece paulatinamente, conforme esta situación se intensifica.

Ante la imposibilidad de obtener un empleo, el individuo recurre a alternativas tales como el autoempleo y la creación de microempresas lo cual –si bien-, le permite hacerse de un ingreso, tienen normalmente una capacidad de crecimiento muy limitada. Si alguna vez el emprendedor puede contratar empleados, la remuneración que pueda ofrecerles será también limitada.

Examinando lo expuesto hasta este punto, podemos apreciar con facilidad un patrón.

Si a este, añadimos la influencia cultural y los compromisos que se adquieren a través de tratados internacionales que facilitan la introducción de empresas extranjeras que vienen al país buscando mano de obra barata, el resultado final es una economía que crece a un ritmo paupérrimo y limita las oportunidades para el ciudadano.

No puedo negar los avances que se han logrado, ni desestimar la importancia de tales avances. Cuando yo era joven, las oportunidades para estudiar una carrera eran ínfimas en comparación a lo que son ahora. Se ha avanzado, pero el avance logrado aún está lejos de resultar suficiente.

Dado que el principal compromiso del gobierno es alcanzar un nivel de pleno empleo, diría que el gobierno aún puede mejorar su trabajo al respecto. Existen una gran cantidad de áreas de oportunidad en este aspecto. Uno de ellos es el de fortalecer la economía apoyando la creación de empresas nacionales y facilitándoles condiciones  de competitividad.

Por otro lado, los empresarios deben visualizar la importancia que tiene el otorgar mejores sueldos y salarios a sus empleados e incrementar los niveles de producción a través de la eficiencia de las operaciones. Mientras mejor vivan los trabajadores y más altos sean los índices de productividad, sus propias empresas experimentarán un crecimiento mayor, dado que de esta manera motivan el consumo.

Para el emprendedor en ciernes, es vital no perder de vista que la era industrial ha fenecido y ha sido ya reemplazada por la era de la información y que ésta ha comenzado ya  a modificar las reglas del juego. Los negocios de hoy en día –no para subsistir, sino para competir-, deben contemporizarse a estos cambios que están ocurriendo a nivel global. Las estrategias ya no son las mismas, la manera de operar ha cambiado y las oportunidades aprovechan el poder de la información.

Un modo de vida digno significa que el ciudadano puede, no solo satisfacer sus necesidades más elementales sino que –en adición-, tiene acceso a más satisfactores y el efecto de lograr que la gente mejore sus condiciones de vida se traducirá inevitablemente en un mayor crecimiento económico.

Educación de calidad

Yo fui educador por once años. Esta fue una elección difícil, considerando que tenía oportunidades irrepetibles al momento de hacer mi elección, pero sencilla cuando puse mis opciones en la balanza.

Durante esta década enfocada a modificar la vida de otros, me di cuenta de la gran importancia que tiene la calidad de la educación.

Crear instituciones educativas al mismo ritmo que crecen las tasas de natalidad no es la solución al problema subyacente. No por facilitar el acceso a los servicios educativos a una población joven que tiene derecho a ellos porque así se lo garantiza la Constitución, se conseguirán ciudadanos capacitados para ejercer una profesión u oficio.

En otras palabras, este es un claro ejemplo de cuando menos es más. Un millón de nuevos ingenieros capacitados mediocremente nunca será mejor que mil ingenieros excelentes.

Sé que mi comentario parece muy elitista, pero pongámoslo en la balanza.

Ya mencioné anteriormente que la sobrepoblación en determinadas carreras con una demanda elevada, conduce a una demanda enorme por determinadas oportunidades laborales y que ello -consecuentemente-, abarata la mano de obra.

Si en un afán de vender, las instituciones educativas orientan su oferta a aquellas licenciaturas que son más demandadas, el único ganador de este juego será la institución educativa per se y –es evidente-, el gran perdedor será el joven licenciado, recién egresado.

La lógica –en este punto-, me conduce a una conclusión incuestionable. No se trata de que haya más instituciones que preparen abogados, se trata de la responsabilidad de los educadores de explicarles con claridad a los jóvenes que existe una gama muy amplia de elecciones, que no se limitan a la carrera de moda.

Hace algún tiempo conocí a una joven que deseaba estudiar una carrera para la cual no existe una gran demanda, que es costosa y que le obligaría a mudarse a una de las pocas ciudades en que podía estudiarla. Esta joven, debido a sus recursos económicos, terminó eligiendo una de las carreras disponibles en lugar de aquella por la que tenía preferencia.

Si a estas condiciones del mercado académico, añadimos la calidad de la educación que se imparte, el resultado que obtenemos es una gran población laboral sin vocación, lo cual se refleja en su desempeño profesional.

Es necesario puntualizar que la calidad de la educación tiene dos vertientes: Por un lado está el educador quien, de no tener vocación para su oficio, transmitirá su mediocridad a los estudiantes; por el otro, está el estudiante quien, debido a su desinterés por lo que le enseñan, no se esforzará lo suficiente.

Al final de la línea solo queda un individuo que busca ganarse la vida, que seguramente deberá competir con una fila muy larga de aspirantes al mismo puesto, que aceptará un empleo en el que le ofrezcan una remuneración pírrica como consecuencia de lo anterior y que no se desempeñara con la excelencia que se espera de él.

Todo lo anterior se resume en un solo aspecto que es crucial. A los jóvenes de hoy se les está preparando para una era extinta: la era industrial.

Una educación de la era de la información debe permitir al estudiante crear una currícula ad hoc a sus intereses particulares, más que una currícula acorde a los intereses de la industria.

Una educación de la era de la información debe estar disponible más allá de los límites geográficos y tomar ventaja del desarrollo tecnológico.

Una educación de la era de la información debe ser impartida por expertos comprobados en el área académica específica, más que por profesionistas que no pudieron conseguir un empleo acorde a su preparación.

Una educación de la era de la información debe tomar ventaja de los avances científicos y tecnológicos de punta y motivar al educando a producir dichos avances.

Han pasado ya doce años de que tuve esta epifanía. Conocí a algunos cientos de jóvenes durante mi intervención como educador y es triste hoy afirmar que solo cuatro de ellos comprendieron lo que trataba de decirles.

Quizás fui un mal educador; o, tal vez, vi algo que aún no es visible para los demás. Por eso decidí compartirlo con ustedes en este artículo. Es posible que algún lector pueda ver lo que estoy describiendo y descubra una oportunidad de negocios sin precedentes en mis palabras.

Desarrollo de nuestra propia ciencia y tecnología

La diferencia entre un país productor de materias primas y otro productor de productos terminados es el nivel de transformación de los productos.

Países como el país en el que vivo, producen bienes que luego son exportados a otros países en los que se consumen. Por ejemplo, automóviles. Empresas extranjeras instalan plantas productivas en mi país porque consiguen mano de obra económica; producen los automóviles aquí y los exportan para alimentar la demanda en los países consumidores.

Esto nos convierte en exportadores de productos terminados, si, pero por otro lado nos obliga a importar la tecnología requerida para producirlos. Importar la tecnología nos hace dependientes de otras economías y nos resta competitividad.

Hubo un tiempo en que se producían avances científicos y tecnológicos en este país, como a principios del siglo XX, en el que hubo participación en el desarrollo de la industria aeronáutica o durante las décadas de los sesentas y setentas, en las que se produjeron desarrollos en la tecnología aeroespacial.

Hoy en día hay contribuciones nacionales al desarrollo de la ciencia y de nuevas tecnologías, pero son insuficientes.

El empresario de hoy prefiere adquirir la tecnología a desarrollarla. No es algo que diga al azar. Lo he escuchado y se han reído de mí cuando expongo mis ideas al respecto.

En parte, comprendo a estas personas que cuestionan mis ideas sobre desarrollar tecnología propia, porque a ellos lo que les interesa es aprovechas las oportunidades que el mercado les ofrece y –piensan-, hacer uso de la tecnología disponible es cuestión de ventaja competitiva. Lo admito. Lo es hasta el punto de basar su ventaja competitiva en quién puede abordar antes al mercado, pero la dependencia tecnológica que promueven les hace menos competitivos en los mercados extranjeros.

A pesar de la opinión de éstos, en este país se han desarrollado tecnologías que son más competitivas que cualquier alternativa extranjera.

Conclusión

Así que, el desarrollo científico y tecnológico no solo permite romper la dependencia económica, sino que se perfila como una verdadera ventaja competitiva.

Para llegar a este punto, en que nos convirtamos en productores de nuestra propia ciencia y tecnología, debemos cumplir primero con la condición de tener acceso a una educación de calidad y, para ello, debemos tener un modo de vida digno.

La industria debería promover y financiar el desarrollo de la ciencia y nuevas tecnologías a través de las instituciones educativas, con el fin de aplicarlas a la industria y elevar su competitividad en los mercados.

Después de todo, al asumir el control de nuestros propios avances en el terreno científico y de tecnología de punta, podemos ser más eficientes en términos de productividad, mejorar las condiciones de vida de la gente y, así, darle acceso a una educación de calidad. Un círculo virtuoso.

Manuel Manrique

¿Es la Democracia una doctrina obsoleta?

enero 24, 2012, 13:24:49 Deja un comentario

¡Hola de nuevo! Tras algunas semanas de no hacer acto de presencia en mi blog, regreso ahora con este tema que considero relevante por muy diversas razones, más allá de la incipiente jornada electoral que viviremos a mediados de año en mi país.

Antes de abordarlo, creo necesario ofrecerles una explicación acerca de mi ausencia durante las últimas semanas. Como puntualicé en el “Día 1” de Mi Diario Secreto, el proceso de creación de un negocio suele requerir analizar con detenimiento cada aspecto de éste, lo que hace preferible evitar escatimar con el recurso principal de todo proyecto: el tiempo. En mi nuevo libro “Cómo crear negocios exitosos”, soy bastante claro en este aspecto particular: ¡Todo negocio merece una cuidadosa planeación!

Pues bien, sin la intención de excusarme, la razón de mi ausencia ha sido que he dedicado la mayor parte de este periodo a trabajar en la definición de –no solo-, el nuevo emprendimiento al que te he invitado a participar, sino de dos proyectos más, muy excitantes e innovadores que he retomado y de los cuáles proporcionaré detalles en su momento y –por supuesto-, a los que te invitaré a participar.

Pero no es este el propósito al que he destinado este artículo. Sin embargo, permanece pendiente, porque en el transcurso de los siguientes días añadiré entradas nuevas a Mi Diario Secreto, en las que te mostraré paso a paso lo que he estado haciendo en lo relativo al proyecto de negocios al que ya te he invitado.

Quise abordar el tema de la Democracia porque es relevante para comprender la manera en que el acontecer político puede afectar a la economía y -¡desde luego!- a nuestros proyectos de negocios.

Haciendo de nueva cuenta referencia a mi nuevo libro “Cómo crear negocios exitosos”, en él destaco la importancia de comprender la economía si eres emprendedor, ya que la economía te ayuda a visualizar los eventos que se gestan, que influyen en el desempeño de los negocios y te permite formular estrategias para abordar a tu mercado con la tranquilidad de que aplicas las acciones más adecuadas para tomar ventaja de estos.

Con estos precedentes, entremos en materia. Entendamos primero qué es la Democracia para –a partir de esta base-, comprender de qué manera influirá en el desempeño de nuestros emprendimientos y la eficiencia de nuestras decisiones al respecto.

Etimológicamente, la palabra democracia –se presume-, proviene de dos raíces griegas <demos>, que podemos traducir como pueblo y <krátos>, que se traduce como poder o gobierno y que –tras siglos de evolución-, hoy podemos asociar con el poder del pueblo, o la capacidad de este para influir en el destino de la nación.

Hace algunos años surgió una situación en la que comencé a percibir la democracia como una doctrina obsoleta. Con el tiempo, descubrí que no soy el único que ha albergado esa idea. Sin embargo, esta creencia es falaz si se considera que existen dos formas de democracia –en general-, cada una de las cuales da lugar a una diversidad de doctrinas con la misma base, pero con rasgos muy distintivos que implementan un conjunto de características que las diferencian unas de otras.

Armando Ribas pone especial énfasis a la gran relevancia de la revolución americana que condujo a la independencia de los Estados Unidos de América, puntualizando que lo que la hace destacable es el nacimiento de un sistema de gobierno que privilegia los derechos individuales, por encima de los derechos del pueblo.

Él mismo hace referencia a la Revolución Gloriosa, o Revolución de 1688, que condujo al derrocamiento de Jacobo II por parte de la unión de Parlamentarios -que dio inicio a la democracia parlamentaria moderna inglesa-, como principal antecedente para el sistema de gobierno qué –un siglo después-, los americanos adoptarían.

Ribas también habla de la “Rule of Law”, que es una máxima legal que sugiere que todas las decisiones gubernamentales deben ser tomadas aplicando los principios legales conocidos. Aristóteles escribió que “es la ley la que debería gobernar”.

En otras palabras, esta máxima implica que cada ciudadano debe sujetarse a la ley, lo cual obviamente contrasta con la idea de que el regidor esté por encima de la ley y Ribas declara que: “La rule of law implica la limitación del poder político, que se hace imposible cuando el gobierno se apropia de la eticidad de la sociedad, al descalificar éticamente los intereses particulares como contrarios al interés general.

Hasta este punto se hace por demás evidente que Ribas pone como referente a los Estados Unidos, al compararle con todos los demás gobiernos del mundo y –para él-, el privilegio que los Estados Unidos dan a los derechos individuales, le caracterizan como un país con una democracia funcional, si se le compara con –por ejemplo-, lo que llamamos democracia en la mayoría de las naciones latinoamericanas.

Pongamos por ejemplo que –en una empresa-, se ha decidido otorgar un premio a los trabajadores por haber logrado una meta de productividad; pero este premio consiste en dos tipos diferentes de bonificación y se ha decidido que los trabajadores deberán elegir solo uno de ellos, entendiendo previamente que uno de los premios es más atractivo para el personal con menores recursos económicos que el otro y viceversa.

Dado que la mayoría de los trabajadores ganaran la elección –lo cual es predecible-, aquellos que no pudieron imponerse deberán aceptar la decisión de la mayoría sin posibilidad de apelación.

¿Podemos decir que la elección fue justa, siendo que el resultado final era evidente antes de someter la decisión a votación? Creo que no necesito decir que no lo fue.

Dado que el resultado era previsible, la mera votación es más un insulto a la inteligencia de los trabajadores disfrazado de condescendencia y –por supuesto-, la mayoría de los trabajadores ni siquiera se enteró de este hecho.

Cada grupo de trabajadores buscaba un factor de valor diferente. Un grupo se impuso al otro, tan solo porque era más numeroso. El crear un proceso de votación cuyo resultado podía preverse, no tenía como finalidad beneficiar a quien menos tiene, sino darles a los individuos la sensación de que se les toma en cuenta.

Esto es la demagogia y al menos en mi país, -aunque parece una epidemia que ataca no solo a América Latina, sino a la mayor parte del mundo-, es precisamente lo que los políticos hacen cuando convocan a elecciones.

Aunque existen diversos partidos políticos en mi país, los tres principales son usualmente identificados como “izquierda”, “centro” y “derecha”.

Solo por aportar una referencia histórica, los calificativos “izquierda” y “derecha”, que se aplican a las modernas asociaciones e ideologías políticas, provienen de la Francia Revolucionaria. En la Asamblea Constituyente existían dos grupos de diputados enfrentados: el de la Gironda -que se situaba a la derecha del presidente- y el de la Montaña –que se ubicaba a su izquierda. Al centro había una masa indiferente a la que se le conocía como El Llano o La Marisma. El grupo de los Girondinos pretendía restaurar la monarquía, mientras que los de la Montaña se promulgaban a favor de un régimen revolucionario.

A raíz de esto es que hoy denominamos como izquierda a toda aquella ideología que pretende defender los intereses populares y como derecha a la que se muestra a favor de los intereses privados. Sin embargo, estos calificativos –al menos históricamente-, se pierden en una niebla de confusión.

Aun cuando pareciese inconexo, es buen momento para identificar los dos sistemas económicos principales: el así llamado peyorativamente por Marx Capitalismo y el Comunismo, propuesto –entre otros-, por el personaje referido.

En términos llanos, el capitalismo promueve la propiedad privada de los medios de producción, al tiempo que el comunismo se fundamenta en la propiedad colectiva de los mismos.

Esto da pie a la controversia sobre cuál sistema es mejor que el otro y –aunque en lo personal, el capitalismo me parece más sensato (sin que se entienda que le considero mejor)-, es el origen de todas las discusiones sobre la equidad y la justicia social inherentes a dichos sistemas.

Pero yendo a mayor profundidad, hay también un contexto ético-filosófico muy importante en ambos y que debo destacar: el capitalismo reconoce y promueve la idea de que los seres humanos somos diferentes unos de otros, mientras que el comunismo nos considera como iguales.

La visión de la naturaleza de la esencia humana implícita en cada uno de estos sistemas es por demás relevante.

Es muy cierto que en las sociedades capitalistas existe una profunda desigualdad social y que las sociedades socialistas –que es un orden derivado del comunismo- otorgan igualdad a sus miembros a través de la propiedad colectiva de los medios de producción, pero también es muy cierto que los individuos tenemos talentos distintos, que no es factible acotar en pro de la igualdad y son precisamente los talentos individuales los que añaden o restan viabilidad a uno y otro sistema.

De nueva cuenta, por favor, no tergiverses mis palabras. Yo creo en la igualdad de derechos. Como individuos, debemos ser considerados iguales en el sentido de las garantías y las obligaciones a que somos acreedores como parte de una nación. Todos tenemos derecho a una vida digna, a tener acceso a la educación y otros servicios sociales, como la salud.

No obstante –y, aunque suene elitista-, lo que nos hace “individuos”, es el conjunto de nuestras preferencias, aptitudes, actitudes, habilidades,… y talentos.

Yo jamás me sentaría a ver un partido de futbol ni –mucho menos-, participaría activamente en uno. Sin embargo, vivo inmerso en una sociedad que ama el futbol. Así mismo, soy muy bueno para entender y crear algoritmos, al mismo tiempo que hay muchos otros informáticos que le sacan la vuelta a la programación.

En otras palabras, hay un conjunto de características personales que me hacen ser quien soy y –debido a ellas-, soy distinto a todos los demás seres humanos.

Aun así, tengo derecho a ser acreedor a todas las garantías que me ofrece la Constitución Política de mi país y estoy sujeto a todas las obligaciones que me impone.

No es lo que me identifica como individuo lo que me hace acreedor a dichas garantías y obligaciones, sino la igualdad de derechos  con respecto a todos mis compatriotas.

El simple hecho de que cada ser humano tiene talentos que le distinguen, le da el derecho a explotarlos como mejor le convenga y eso justifica la existencia de la propiedad privada.

El malentendido con respecto a la propiedad colectiva de los medios de producción surge de que -esta propuesta-, emerge de un principio falaz de igualdad, que debería comprenderse como una igualdad de derechos, pero se confunde con una igualdad de circunstancias,  lo que –desde mi perspectiva-, nada tiene que ver con la propiedad.

La idea de diferenciar la propiedad de los medios de producción tiene su origen en la presunción de que el capitalismo explota a las masas en favor de minorías; de ahí que el concepto de igualdad sea malinterpretado.

No obstante, la historia es un juez implacable y la evidencia salta a la vista, por donde quiera que se mire. El socialismo ha demostrado ser disfuncional, el capitalismo ha tenido periodos oscuros y aun así, la China comunista ha presentado un crecimiento económico sostenido de alrededor de un 9%, lo cual no debería ocurrir en una economía comunista.

Examinemos lo anterior a detalle. Estados Unidos es la sociedad capitalista más relevante del mundo. Internamente, a pesar de las diferencias sociales, el nivel de vida del ciudadano estadounidense es mejor que en muchos otros países del mundo. Estados Unidos ha enfrentado serios problemas económicos, no por efectos del capitalismo per se, sino más bien debido a la aplicación de estrategias económicas erróneas que le han producido déficits sin paralelo.

Por otra parte, el socialismo europeo ha dado origen a la depresión que la Unión Europea está enfrentando justo ahora y –esto-, ha planteado serios cuestionamientos acerca de la eficiencia de los regímenes socialistas.

China, a la que atribuimos un régimen comunista gracias a Mao, en términos económicos, no se comporta como tal. Aproximadamente a fines de los setentas, los chinos se dieron cuenta de que el comunismo totalitario estaba generando mayores divergencias sociales que las que debía prevenir y –como resultado de ello-, abrieron su economía para permitir la inversión privada. Como resultado de todos estos factores, hoy China presenta al mundo un crecimiento económico sorprendente.

Justo es decir que la propiedad privada no es tan diabólica -como nos han hecho creer- y que la igualdad –como nos la presentan los políticos populistas-, tampoco es tan buena como nos dicen.

Un gobierno en el que prevalezca la Rule of Law y que se rija por un sistema capitalista que utilice la propiedad privada como un recurso para crear condiciones de prosperidad generalizadas, producirá una sociedad equitativa. Esto es así porque inyectará dinamismo a su economía, lo cual impulsará el crecimiento económico, mismo que estará sustentado en la capacidad de producir los satisfactores que sus ciudadanos demandan, producidos a través de la propiedad privada de los medios de producción.

Un gobierno que pretenda alcanzar la equidad a través de la propiedad colectiva, por otra parte, tarde o temprano enfrentará déficits, debido principalmente a que la equidad que se busca es artificial. Con el fin de dar equidad a los ciudadanos, el gobierno se ve obligado a incrementar su gasto público, lo que más tarde, o más temprano, resultará en déficits.

Desde un enfoque simplista, la función principal del gobierno es garantizar un determinado nivel de empleo. En la medida que lo consiga, se constituirá en un gobierno funcional. Para lograrlo, el gobierno hace uso de la política fiscal, a través de la cuál regula el gasto público y las tasas impositivas.

Por otro lado, el banco central hará otro tanto mediante la política monetaria, modificando su oferta monetaria y/o las tasas de interés.

Dado que tanto el banco central como el gobierno son independientes uno del otro, las políticas fiscal y monetaria no necesariamente son compatibles.

Cuando el gobierno actúa incrementando su gasto público o reduciendo las tasas impositivas, se obtiene un efecto inflacionario, que más tarde repercutirá en el nivel de empleo.

Eso es lo que sucede en las economías socialistas. La igualdad social que pretenden, solo puede lograrse subsidiando la producción de satisfactores, lo que incrementa el gasto público. Se dice -sin embargo-, que en las economías socialistas no existe la inflación. No obstante, mantener la “Igualdad de circunstancias” es costoso y tiene impacto directo en el gasto público.

La razón para decir que la inflación no existe en una economía socialista radica que dichas economías son planificadas, de manera que pueda eliminarse la especulación. El efecto de esto es una economía –como la cubana-, en que los precios se han mantenido sin cambios por espacio de décadas. No obstante, la inflación se traduce en la escasez.

Ahora, una vez que hemos sentado las bases, ¿qué relación tiene todo esto con el tema de la democracia?

En mi país vivimos una democracia representativa, lo cual significa que elegimos representantes que son quienes se encargan de tomar las decisiones económicas que afectan a la sociedad. En el caso de mi país, estos representantes siguen la ideología de un partido, la cual está ligada a un determinado modelo económico, acercándose a alejándose de éste en una cierta medida.

Así, hay partidos de izquierda, a los que aquí se les asocia más con una izquierda moderada, dado que ninguno es abiertamente socialista pero que, sin embargo, para que su ideología cuadre con la defensa de los intereses del ciudadano, hacen uso de instrumentos tales como los subsidios.

También hay partidos de derecha, cuya ideología pretende defender la propiedad privada. Y Partidos de centro, que mezclan ideologías tratando de encontrar mayor congruencia en su compromiso social.

La demagogia inicia cuando los aspirantes a posiciones públicas preparan sus discursos para obtener votos. Le dicen a la gente exactamente lo que quiere oír y así garantizan su participación en el proceso.

Utilizan los resultados cuestionables de los representantes de otros partidos para darle validez a sus propuestas, pero las propuestas de cada uno solo son emitidas para conseguir que la gente les favorezca con su voto.

Es muy bonito señalar, por ejemplo, que solicitar cuotas en las escuelas de nivel básico y medio es anticonstitucional, ya que la Constitución garantiza el derecho a la educación gratuita, y también lo es señalar que se le debe regalar la medicina a los enfermos o pagársela si no se tiene disponible, por poner un par de ejemplos.

Sin embargo, lo que no se dice en esa propaganda es que las cuotas que piden las escuelas son para el mantenimiento de las escuelas y para adquirir material didáctico, ya que los líderes del sistema educativo difícilmente proporcionan dichos recursos.

Por otro lado, si bien, los medicamentos deberían ser gratuitos para los asegurados, lo que no se menciona es que se requieren recursos para hacer disponibles los medicamentos.

Ambos son claros ejemplos que conducen a un incremento en el gasto público, el cual solo puede desembocar en inflación y, cuando esta se presente, el banco central reducirá la oferta monetaria, o elevará las tasas de interés para restringir la actividad económica, generando desempleo.

Lo que pretendo decir es que debemos ser muy cautelosos ante la oferta política. Elegir a un representante por la ideología del partido conlleva el inconveniente de que elegimos –casi siempre-, a un representante que utiliza los instrumentos que su partido le facilita para conseguir votos.

No es que sean promesas vanas. A veces no lo son. La pregunta relevante es si dichas promesas son viables.

Por efectos del populismo, la población deja de discernir la oferta política para evaluar si las promesas de campaña realmente son factibles y el costo de llevarlas a cabo.

Es común que se elija al representante por la simpatía que despierta, o por pura empatía con el partido.

Lo raro es que la elección se base en un escrutinio de las promesas de campaña y en una ponderación de los costos que llevan implícitos.

Votar por un partido cuya ideología defiende la propiedad privada pero, al mismo tiempo promete que generará empleo para los recién graduados es una incongruencia. Si ofrece crear el primer empleo de un joven que acaba de salir de la universidad, lo hace simplemente porque sabe que hay una gran demanda de puestos de trabajo y pocas oportunidades para conseguirlo. Le da al recién graduado la esperanza de que si dicho partido gana, automáticamente tendrá las oportunidades que le son vedadas. Sin embargo, para cumplir esta promesa, debe sacrificar su compromiso con quienes poseen los medios de producción y pueden otorgar los empleos, o bien, para compensarlos, les permite pagar sueldos cada vez más bajos.

En todo caso, una aplicación irresponsable de nuestro derecho a la democracia nos conducirá a un resultado económico dado. Que gane tal o cual partido es relevante si se considera el impacto que tendrá en la economía la aplicación de las promesas de campaña, si es que estas llegan a cumplirse alguna vez.

Es necesario comprender que los aspirantes siempre van a decir qué; lo que callan es el cómo y es ahí precisamente donde se oculta el efecto sobre la economía.

No es mi propósito defender ni atacar a ninguno de los contendientes, a pesar de que así pudiera parecer por los ejemplos que he proporcionado. Más bien, el mensaje subyacente es que deberíamos escrutar la oferta política y decidir en base a lo que nos parezca viable, sensato, y menos costoso para el crecimiento económico del país.

Manuel Manrique